sábado, 27 de diciembre de 2014

SOBRE LAS VERDADES.

La primera mentira que asimilamos fue que podríamos aprender algo; la segunda que podríamos enseñarlo; la tercera, y quizás la más infame de todas,  fue que había algo que podría unirnos a los demás.  Aprendimos a llamarlo vínculo, afecto, amistad, familia, amor. Tantos nombres como dioses en la tierra; en todo caso, demasiados para una realidad inexistente.
Así fuimos por la vida tomando las tres grandes mentiras como nuestras verdades. Lo primero que notamos es que no podíamos enseñar.  Intentamos vanamente que nos entendieran sobre infinidad de temas. En el proceso,  nos enteramos que  ni siquiera éramos capaces de explicarles a los demás quiénes o qué éramos.
Encerrados  en nosotros mismos nos enteramos que no había nada que realmente  pudiera atarnos a alguien más.  Desmentimos una por una la familia, la amistad, el afecto y cualquier otro tipo de vínculo.
Nos consolábamos pensando que aún podíamos conocer, que nuestra vida no sería en vano en esta última posibilidad. Pero un diálogo interior nos reveló que no nos conocíamos, que no lográbamos comprender que queríamos. Incapaces de entendernos a nosotros mismos, dudamos de nuestra capacidad de entender algo. Comenzamos a cuestionar sí todo lo que creíamos saber no era más que un malentendido camuflado. No podríamos saberlo y desistimos de conocer algo.
Quedamos entonces encerrados en un monólogo interminable, en una aporía que no llevaba a ningún lado. Esperando, al menos, que la cuarta verdad que nos contaron: que algún día moriríamos,  realmente lo fuera.