(Carta para alguien que abandonó una foto en mi casillero)
Hace un buen
rato quería volver a escribir algo que
valiera la pena compartir. Lo había escrito y reescrito durante el último mes,
era un ensayo sobre el olvido y el desierto. El texto venía acompañado con una
foto del desierto de Sechura que dejé en el computador de una amiga. La vida se ríe de mi nuevamente… ella lo
olvidó por completo (espero recuperar esas fotos algún día).
Por otro
lado el lunes descubrí que alguien había olvidado la foto que acompaña este
texto junto con una pequeña misiva dentro de mi casillero. Los humanos tenemos
la necesidad patológica de nombrarlo todo, normalmente ese alguien sería un
sujeto X [hablo en masculino como genérico, el alguien podría tranquilamente ser una
chica. Las feministas postmodernas se extravían del camino por quedarse mirando
nimiedades y nimiedadas] Pero la X es una letra fea, suena a extranjero, la
usan para prohibir y para votar, el alguien que olvida cosas en mi casillero no
la merece, al menos no todavía. Pensé en
la N, la de los muertos sin nombre; pero espero que el alguien siga vivo. Luego
pensé en la Ñ, una letra absurda, como mi vida. Como es posible que añadiéndole
un par de líneas curvas la N pueda producir un sonido tan desagradable, pero
imprescindible para palabras como niñez,
y ñoño… palabras que tal vez no me definan o pero que me agradan
bastante.
Ñ leyó este
artículo http://manchaextrana.wordpress.com/2012/04/21/19/
de mi antiguo blog y tenía ganas de
gritarme.
En mi texto
original, el que iba a ubicar sobre la foto del desierto hablaba de la
superación del miedo al olvido. Incluso
del placer estético que produce sentir
como los conceptos (de personas y de
cosas) se desvanecen poco a poco en nuestra cabeza. Aunque olvidar no es un
acto pasivo del que solo somos observadores; todo el tiempo estamos no sólo
olvidando sino también olvidándonos a nosotros mismos. Por más que intentamos
recordarnos quienes somos… nunca lo logramos, algo lógico teniendo en cuenta que nunca lo
supimos.
De alguna
manera me siento extraño al volver a leer ese texto que escribí la noche que
cumplí 19 años. Nunca volveré a sentirme igual, nunca volveré a tener esa
sumatoria de números, ni miraré a los amigos que habían dormido esa noche en mi
cama. Dudo incluso haber conocido ese sentimiento, esos números y esos
amigos. Al mismo tiempo envidio y
compadezco al adolescente que sintió lo suficiente como para escribir esas
notas.
Ñ debería
saber que ahora no tengo tres hermanos sino cuatro, todos siguen siendo mejores que yo. La más
pequeña sobre todo tiene una
superioridad especial. Solo se dedica a
sentir, no se desgasta pensando, no tiene esa obsesión de comprenderlo todo,
como si fuera posible comprender algo… Yo que creo comprender, me preocupo
pensando en que un par de años su dicha
habrá pasado, que pronto el mundo le hará creer que hay cosas por aprender.
Ya no
consumo drogas tan a menudo. En parte me resigne a no ser capaz de huir de mí
mismo, por más que le haga trampa a mi percepción. En parte la logorrea que me causa los viajes
psicotrópicos me deja agotado y debo descansar para poder aprovecharlos. En parte cada vez estoy más” tirado en la
chanda”.
Mi
hermana ahora vive conmigo, nos
escribimos cada tanto para recordar la distancia.
Mi promedio
bajo a 4,5. A Ñ le recomendaría que huya de la universidad mientras pueda… no
hay nada que aprender. Además cuando menos piense le dará miedo compartir un
texto al que no le ha hecho corrección de estilo.
También le
podría decir que ahora tengo más de veinte años. Que hace mucho rato dejé de
escribir en verso, que he llenado media
docena de libretas con un intento de prosa para no olvidarme… No lo he
conseguido y ahora desconozco donde están la mitad de esas libretas.
Que abandoné
el blog
que leyó porque me sentía avergonzado de lo escrito, pero no lo suficiente para
borrarlo. Que ahora tengo otro para avergonzarme luego. Que después de leer a
Camus he desistido del suicidio por absurdo, y que he descubierto que es
posible vivir sin esperanzas.
Que en estos
dos años intenté remplazar el rostro del “vos” un par de veces. Que por hacerlo
terminé olvidándolo a él y a ella; incluso de Gómez Jattin. El olvido romántico, ese remplazar un rostro
por otro, es el más peligroso de todos, pero también el más poético. Ahora
intento disfrutar mientras siento como las imágenes de esos rostros se van
borrando… Al parecer dibuje muy fuerte sus fantasmas, porque toma más tiempo
del que estaba acostumbrado a esperar.
Tal como podría
decir que todo lo que he escrito es cierto; podría decir que conozco el sitio
de la foto, que subí esos tres escalones muchas veces, que conozco el
significado del símbolo encima de la puerta y que no me gustaba la hierba de
los alrededores por qué me alborotaba la
rinitis… Podría decirlo sí, pero no sería capaz de convencerme de estar
diciendo la verdad, comenzando porque no he podido convencerme de que exista
algo parecido… Ya incluso comienzo a dudar de haber estado alguna vez en el
desierto de Sechura con una amiga.
La memoria
no es más que una puta que se hace pasar por una dama vistiendo fotografías, y
escritos para ocultar su naturaleza, o mejor su falta de naturaleza porque
detrás de sus ropajes nunca hay nada. La imaginación al menos es sincera y nunca intenta ganarse nuestra
confianza, pues sabe que no deberíamos confiar en nada.
A Ñ solo le
podría dar recomendaciones absurdas como
que grite con confianza, que se adelante
y le escriba a su hermano que no va a lavar la loza, que se compré una
billetera que es algo necesario (si uno va a botar los papeles, debe hacerlo
bien, perdiéndolos todos juntos), que los países no tienen manos ( la gente sí
y debería tener cuidado pues con ellas
pueden robarle, matarle o escribirle) y que con los cincuenta pesos le alcanza
para una menta que por cierto me gustan mucho.