viernes, 26 de octubre de 2012

El Diablo

En mi vida han pasado cosas extrañas, muy extrañas,  diría yo. Para comenzar, sólo tengo tres dientes en mi mandíbula inferior y se me caía la piel cuando era niño. Sin embargo, nada superará el asombro de esa tarde. La verdad, aún dudo si fue un recuerdo real  o uno de esas cosas que invento con frecuencia.
Estaba tarde, era muy pequeño para conocer el reloj, así que no sé qué horas eran exactamente. Hacía un sol bonito, de esos que daban ganas de tirarse en el patio y quemarse un rato. De hecho, eso tenía pensado hacer.
Iba caminando sin mucho afán por él corredor, no se tiene afán cuando se es un niño, cuando lo vi; allí en el patio, al lado del árbol de rosas,  estaba el diablo. Era un diablo extraño,  no tenía cola, ni patas de cabra. Parecía hecho de metal y se movía lenta y torpemente.
 Sin embargo, yo sabía que era el diablo; acaso oliera la maldad o el  azufre. Aunque a esa edad uno no sabe que es el azufre. Chirriaba cada tanto, eso lo hacía más aterrador. Yo me quedé viéndolo un rato acurrujado en la esquina que del corredor daba al patio esperando que no me viera. Mi prima Vanessa sin embargo saltaba lazo, al lado suyo con mucha confianza como si lo conociera hace rato, mientras se levantaba su vestido rojo mostrando los cuquitos blancos.
La cara del diablo era bastante parecida a la de un power ranger  aunque más malvada y con dos cuernos metálicos que sobresalían de su cabeza. A pesar de todo era un diablo bastante estúpido.
Aún me pregunto qué hacía un diablo robótico en una casa de campo en la que solo vivía un  niño que tiene tres dientes y dos heridas en los codos

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